Carta de un ahogado

Del agua y al agua vengo, 
entrando a tierra por el agua,
por su ángeles turbios derramados
de costado, agua y aguacero errante,
porque lluvia también cuando volvía,
como una orquesta en tempestad
sobre el pequeño tambor del corazón.

Machete horizontal clavado en el pecho
tanta indecisión de ida y vuelta,
tantos pedazos derramados de nada
un pañuelo de hojas secas, 
una involuntaria cáscara de nuez
el cadáver
del grillo que asesinó la lluvia:
testimonio de que la vida estaba
allí, al otro lado
del difícil destino, 
húmeda y cercana
como la boca que nos busca 
pero que no nos encuentra

Porque si es lo fatal si las cosas
caen y se rompen, 
si los clavos se han de clavar en una cruz
si la robusta soledad del ganado
camina sin cesar a su osamenta
¿quiere decir que nunca escaparé del agua?
¿quiere decir que siempre volveré a ella
como a la única mujer en donde he transcurrido
En la tinta de la baja noche,
busco vida al viento,
pesco en el amarillo peinado del océano

En el mundo del agua por la noche
escoge un niño en la basura quien ha de perecer
Todo es salvación afuera, 
todo entrega final
enloquecido totalmente
el pez entraba al muro vacío de la red, 
el hombre a la mujer
Y de pronto, agua sobre la tierra, 
agua de pronto
sobre la castigada y flaca duración
vacilante de los pobres, 
Lluvia otra vez
hasta mi sorda cavidad de sueño y alma

Yo quería dormir, quería haber llorado
con los párpados puestos en lo olvidado,
retroceder a alguien,
a él, a mí, a nosotros,
dispersos
Y solamente encontré al agua
dueña de mi desesperanza y de mi abismo,
gastándose sin ruido, sin arder,
como un fósforo mojado.
Ni propia solución la que yo intento;
no es llovizna de novia arrepentida,
no es un tango ni una carta
en olvido gradual: es aguacero ecuatorial,
es río y mar y lluvia que para el hombre y sus vecinos 
de soledad, de ruina y de destrozo,
edifican su propia cárcel que mojando lo agoniza
Sólo deseo que cierren el agua,
gritar, abandonar lo que me dieron y fue mío,
lo que tuvo mi pisada, mi perfume o mi latido
las ropas colgadas o caídas, 
El orden y el desorden
mi desidia con su alta investidura de arzobispo,
Sólo deseo estar allí de nuevo,
a toda vela y sin rumbo fijo
que a sí mismo se destruye, destruido.

Y en realidad la la culpa no es del agua



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