Botella al mar

I

Sigo el vuelo de la líbelula

cuyo oro es el único que podría atrapar,

y pierdo el tiempo saludando al perro

al que puse nombre una mañana de abril

y que ahora asoma

su triste cabeza entre las petunias

II
Estoy sentada en el jardín

tratando de pensar qué haré en el futuro
o simplemente qué haré en una hora
Veo como día tras día

en los charcos verticales,

de los espejos de los bares

se va perdiendo tu cara

como una  hoja caída de un árbol condenado



III
Espero en la parada al siguiente autobús
para perderme en el desorden 
que culmina en las sábanas 
que conservan tu olor
Un niño me mira desde los brazos de su madre

y siento que algo tiene que decirme

que algo tengo que decirle, y así

hasta el cambio de luz

He quedado hundida en los ojos irrecuperables
de ese niño



IV

He sido otra de esas viajeras que huyen

pero que más temprano que tarde detienen
su tibio andar
Yo me invito a entrar a la casa cuyas puertas 
siempre abiertas no sirven para salir
V

Todos los domingos cuentan con su invitado triste

y el perro del jardín le ladra y las flores le pinchan
Sólo los gorriones lo saludan 
Los domingos matan las viejas ilusiones 
por muy humildes que estás sean



VI

Una voz insepulta en el silencio me dice

«Es mejor despertar,

los sueños no te pertenecen"

Y es cierto, no son míos.
Hoy desearía un poema lo suficientemente fuerte
como para que me liberase del mundo



VII

Pienso, soy yo la que lo piensa todo 

y recibe como respuesta "nada"
Pienso que el problema es más simple
que quizá sea que atrapamos los pájaros 
que queremos ver volar, que yo atrapé demasiados 
y muy bellos pájaros que quise ver estornudar 
en el claro del espectro solar



VIII

Mientras no cesan los golpes de los dados

tres bicicletas relucientes y frías

esperan pacientes y cabizbajas

afirmadas en la pared de la cantina.

IX
Una nube, una piedra,
Una simple jarra de cerveza
la sonrisa de un ciego
y el sueño imposible
de estar de pie en la tierra



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